Sin embargo, mientras leía y releía cada párrafo, no podía evitar pensar en que tú, mujer, también amarías encontrar ese hombre ideal que en vez de perderse en la pantalla de su celular, se sumerge en el mar de palabras del libro que devora silenciosamente. Por eso es que sin duda alguna busco estar con una mujer que lee. Esa mujer callada que acostumbra pasar inadvertida y a la que siempre encuentro degustando las páginas amarillentas de un ejemplar desgastado. Esa mujer de rostro serio que veo en un café o en un centro comercial, acompañada de una buena novela y una bebida helada. Invitarla a salir, será toda una aventura que valdrá la pena.
Porque una mujer que lee, también escucha. Atenderá mis quejas por la brevedad de una novela o la maldad de cierto personaje. Conocerá la magia de las palabras que pueda susurrarme mientras recorremos bibliotecas y relatos misteriosos. Sabrá aplicar el arte del silencio y el apoyo mudo cada vez que llore el final de un nuevo libro. Esa mujer que lee le tomare su mirada como inspiración para convertirme en escritor apasionado que veo en sus ojos la fuente de mis escritos. Un mujer que lee albergará en su ser un océano de historias para que solo yo me sumerja en ellas.
Sí, esas mujeres aún existen. Son como los libros empolvados que encuentras en un rincón de la librería. La ves y por alguna extraña razón capta mi atención. Sus rostros son la tapa de una historia que por momentos pasa inadvertida entre cientos de portadas comunes que pululan diariamente por ahí sin despertar mi curiosidad. Pero cuando me acerco y empiezo a leer sus gestos, a escuchar sus palabras, me atrapan como cuentos fascinantes que no puedo dejar de lado. Sí, las mujeres que leen aún existen, y bien vale la pena que las invite a salir. Puedo ver a alguna por ahí, con aparente gesto frío y refinada indiferencia. Pero bajo esos aspectos se halla el calor hipnótico de la que busca un lector para sus historias, un protagonista para su vida.
Salir con una chica que lee. Es la garantía de una biblioteca en mi casa reservada sólo para mí. Porque con cada libro que nos obsequiemos, iremos alimentando la librería que deseáramos tener en un pequeño apartamento lleno de fantasía en París, Roma, Londres o Madrid. Porque una mujer que lee solamente discutirá conmigo sobre los personajes de esa novela, los hechizos que conocen del mundo poético o las sorpresas reveladas por algún autor. Y cada noche sin falta consumaremos un acto de amor literario en el que la cadencia de su voz y mi respiración entrecortada se unirán al ritmo armonioso de una lectura emocionante que ninguno querrá dejar para el otro día.
Tomare el riesgo de lector. Cuando vea a una mujer que lee en el transporte o en el parque, me acercare y le preguntare por la historia que tiene entre manos. Le hablare de Wilde, Poe u otros. Y luego la invitare a salir. Le sugeriré visitar una librería. Nada hace más feliz a un lector que ir a ver libros en compañía de una dama. Contemplar a una mujer observando y acariciando páginas es como el paraíso. Un mágico paraíso literario para el hombre que lee.
No hay comentarios:
Publicar un comentario