Siempre en un lugar secreto, en una alcoba donde solo se escuchaban nuestros gemidos mientras nuestros cuerpos danzaban como el oleaje del mar, a veces embravecido por la pasión, otras con la calma por el deleite de pausadas caricias. Tan sólo yo he sabido como acariciar su piel suavemente, seducir su cuerpo con mi lengua. Mis manos recorriendo los caminos de su lujurioso cuerpo sin detenerse aunque me implorara que parara. Encajaba el puzle sexual a mi antojo, a mi capricho. Lentamente se iba convirtiendo en mi diosa, provocándome también placer. No existían límites en el amor y eso también se reflejaba en cada acto sexual de amor. Guiados por el instinto, actuando con delicadeza y fuego, respetando nuestros deseos. Siempre complaciéndola, rozando nuestras lenguas, saboreando todo lo que emanaba de ella. Su cuerpo siempre me fascinó, pero no solo se fusionaban nuestros cuerpos sino también nuestras almas, nadie hubiera podido detener nuestra pasión desbordada, porque éramos solo uno. Cuando entraba dentro de ella comenzaba nuestra danza terrenal. Nuestros pulsos acelerándose en cada movimiento de mis caderas hasta dejarla completamente extasiada. En cada repetición fuimos perfeccionando el arte de hacer el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario