Después de un tiempo aprendes la sutil diferencia entre dar una mano y encadenar un alma. Aprendes que el amor no significa sumisión y la compañía no significa ni amistad ni seguridad. Empiezas a aprender que los besos nos son contratos, los regalos no son promesas y que de la mayoría de las cosas que brindas es poco lo que vas a recibir a cambio. Empiezas a aceptar tus derrotas con la cabeza en alto y los ojos abiertos. Sin rencores, con la fe y la fortaleza de un adulto y no con el dolor de un niño. Aprendes a construir todos tus caminos con base en el presente, porque el terreno del futuro es demasiado inseguro para hacer planes. Por eso, siembra tu propio jardín y decora tu propia vida en vez de esperar que alguien te traiga flores. Ten seguridad de que realmente puedes soportar, que en ti existe más fuerza que debilidad y que de verdad tienes el valor para lo que sea que venga. Lo mejor de las duras experiencias es que el dolor se va, pero el aprendizaje queda por siempre.

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