Ahora que cada vez nos vamos alejando más el uno del otro, no solo nuestros cuerpos sino también nuestras almas y con ellas los sentimientos, me pregunto porque nos conocimos. Tal vez fue un castigo por buscar en muchas otras lo que debí esperar a que llegara, quizás una situación del destino que tantas veces provoque sin que apareciera. Después de muchos intentos en vano un día decidí no buscar más, y cuando ya no cabía ni la esperanza te presentaste tan valiente y arriesgada que moviste los cimientos de mi corazón solitario. Jamás imagine encontrar un par de ojos como los tuyos en aquel anden, tan plenamente enamorados y profundos, expresivamente inmensos, tiernos pero con la caricia de un fuego abrasador. Debo confesarte que nunca te hubiera reconocido entre las gentes, que ni siquiera me habría fijado en ti, pero tu mirar en aquella mañana de abril es algo que no logro explicar, tengo grabados tus ojos tan perfectos, tan seguros de saber lo que querías que no puedo ni pensar en ellos si quiero atreverme a terminar con esta historia que no nos lleva a ninguna parte. Comienzo recordando esos ojos y no puedo evitar repasar en mi cabeza cada milímetro de tu anatomía, tu rostro sonriéndome, tu esencia y tu cautivadora alma cuando decidiste enamorarme porque así yo te lo había pedido. Por costumbre a los miedos de que fuera mi vida sin ti no puedo olvidar que estuvimos vivos encendiendo la llama del amor. Tu cuerpo fue la lujuria, nuestros besos la tinta de una historia como pocas, tu mirada la palabra, no pudimos evitar lo que muchos desean encontrar. Lástima que todo en ti se quedo en un espejismo de intenciones cuando yo te consideré mi suerte, cuando yo te amé y te necesite. Quizás por la misma razón que nunca pude amar a otra mujer, supe que eras tú en cuanto escuche tu primer suspiro, cuando tus ojos se clavaron en los míos, sabiendo en estos momentos que eres una de las tres mejores cosas que me han sucedido en mi vida.
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