Cuando la vi por primera vez la mire con sutileza, no indague en su cuerpo, lo hice primero en su alma. Al empezar a sentir que la amaba no busque en su pasado, ame por lo que era su presente. No trate de conquistarla como un trofeo, trate de hacerlo día a día. Respete sus cicatrices tratando de no crearle nuevas. Comprendí sus estados de ánimo, su risa, su sonrisa coqueta, sus lágrimas de alegría o tristeza. Entendí que su hijo es su sangre, su carne, su esencia, su belleza, amándolo porque es parte de ella. Su presencia siempre ha sido un tesoro para mi existencia. La llene de detalles simples, escritos de amor, poemas, besos robados, caricias sutiles, la tome de la mano para admirarla. Escuche sus silencios. Cuando supe cada parte de su esencia, cuando descubrí lo que la movía, lo que la motivaba, lo que la hacía llorar de alegría, lo que esperaba de la vida, solo ahí en ese momento y no antes, empecé a conocer su cuerpo. Amo su belleza imperfecta, cuando despierta despeinada, su cuerpo sin medidas exactas. No me asustaba ante sus actos intrépidos, no le he cortado nunca su libertad. He esperado tranquilo, paciente, esperando supiera mantener esta relación, con su equilibrio entre dama y princesa. Le he desnudado mi alma porque una mujer verdadera sabe respetar mi pasado y me debe dar la vida misma para crear el presente, acompañándome, nutriéndome, dándome valor, dándome energía para continuar. Porque una mujer de verdad debe saber mantener los sueños a pesar de las tormentas y tener en ella la fuerza para realizar los míos. Y si me ama de verdad, mi vida se convertirá en magia.
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