Eres la certeza de que se puede seguir viviendo, la armonía entre la tibieza de gestos y el preludio de ternuras que se albergan en la brisa de tu cara. Eres la luz del cielo prometido, el camino donde encontrar ese tiempo perdido a la orilla de las puertas del desierto, crepúsculo del destello de tus ojos. Eres el albergue cristalino para unos labios y la señal inequívoca de esa esperanza, entre las sombras de un corazón vacío y el rito esplendoroso de tu cuerpo.
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