Tú que te enamoraste de mí incluso antes de verme, por todo aquello que siempre escribo sobre el amor, ese amor que hasta encontrarme no habías tenido la oportunidad de conocer, que tantas veces le has pedido en tus oraciones a Dios, que le rogabas al menos te diera la oportunidad de conocer a un hombre al que amar y del que te sintieras amada. Ahora que me encontraste y que nuestro amor es una realidad a pesar de tantas y tantas dificultades, hoy voy a tratar de explicarte lo que es el amor para mí.
Ante todo, no quiero que nada de lo que diga pueda ser malentendido. Aunque es verdad que he escrito, escribo y seguiré escribiendo sobre el amor, nunca lo he teorizado porque creo que el amor hay que hacerlo y hay que vivirlo; encerrado en la teoría puede ser una trampa de la razón.
En mi opinión, el amor es como un relato que debe escribirse a dúo con imaginación y paciencia, evitando siempre la rutina, que es su peor enemigo. Como todo lo importante, necesita dedicación y tiempo. Cuando al encontrar una mujer como tú, capaz de motivar a la vez mi deseo, mi admiración y mi amor, hay que tirar por la borda todo lo que se cree saber, y escribir en esa página en blanco las líneas de lo que uno siente, de algo nuevo y desconocido hasta entonces, esa mezcla de pasión y amor que todo lo desborda.
Entonces esos ojos, esa piel, ese cuerpo son como una geografía desconocida cuyo mapa tendrán que dibujar con ternura mis manos y mis labios. ¡Fuera prejuicios, fuera pudores! Las caricias se sienten más en el alma que en la piel en una dimensión profunda de la conciencia donde se naufraga en el placer de poseerse mutuamente.
Los hombres no siempre conceden la importancia al lado más íntimo y profundo de una relación con una mujer. Pero la mecánica no sirve para descubrir los caminos de tu jardín secreto. Llevarte hasta el placer, saber que yo te lo provoco, es para mí el verdadero y deslumbrante poder como hombre, el único que me da la impresión de ser un Dios.
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